Erase una vez, en una tierra en
donde no se sabe dónde y en un tiempo que no se sabe cuándo, una familia
errante, con una tribu errante, que vivían de forma errante por los caminos que
así los dejaban. Así entre carrosas, caballos, campamentos, pueblos y sus
leyendas; se dedicaron a hacer lo que hacen todas las familias, vivir en círculo,
celebrar los nacimientos, honrar a sus muertos haciendo lo mismo que ellos y
nunca parar. Esta es la historia de uno de ellos, uno de sus hijos, su nombre Kalen
que significa “El que posee las claves”, que a sus siete años ha vivido más de
lo que cualquier niño de pueblo a sus veintiuno, y no por las algarabías que
suelen vivir los que adolecen esa edad, sino por la intensidad de su mundo; esta
es su historia y así la contó, cuando ya era lo suficientemente maduro para
poder Ver:
“Escribir estas líneas después de
tanto andar, implica que mucha agua ha corrido y muchas estaciones han pasado
desde esos días que erraba con mi tribu y con mi familia; el simple hecho de
escribir en estos tiempos es sinónimo de un privilegio heredado de mi padre, ya
que esta es la época donde solo las familias nobles saben lo que es la pluma y
el papel. Sin embargo como toda historia tienen su inicio, les contaré como
empezó todo.
Los de la tribu, desde que yo
recuerdo estuvimos juntos y errando desde siempre, con nuestras propias leyes y
recuerdos, éramos un grupo de familias donde cada una tenía un talento para
compartir, el nuestro era el Teatro, mi madre experta con sus manos creaba la
más grandiosa gama de trajes y mascaras, las mascaras, esa era su pasión;
cuando le preguntaba de donde había aprendido tomando en cuenta que el arte del
teatro había empezado con ella, me dijo que una noche estando niña supo que esa
era su pasión y allí empezó, la primera vez no dio muchos detalles; solo que
años después yo mismo, por piel propia, sabría de que se trataba. Mi padre era
el que escribía y daba los recitales, lo suyo eran las letras y era como
extraño que ambos tan parecidos en su pasión del arte, también se compensarán
en esos tiempos haciendo cosas que yo no entendía. Soy el mayor de cuatro, el
único varón, con puras damitas alrededor, sin embargo mi corazón se quedo
enmudecido con la nenita más chiquita, y lo digo sin remordimiento ya que con
sus ojitos color almendra, sus rulos rojizos y su sonrisa de encanto, es la
estrella de todos.
Cuando crees que lo normal, es lo
que vives, terminas como yo diciendo que tuve una infancia normal, solo que hoy
después de muchos de haberme ido, comprendo que el problema de lo “normal” es
dar por “normal” eventos a los que debes poner límites y saber que no forman
parte de tu naturaleza. Era en esa “normalidad”, en la guardaba dentro de mí
una irá enmascarada de rebeldía y una urgencia de libertad por salir corriendo
de ese lugar y esa forma de vivir. Lo irónico de los fantasmas es que cuando
huyes de ellos se te aparecen por doquier, así que mi historia “real” comenzó hace
quince años cuando salí de mi hogar.
Según nuestra tradición, a los
veintiuno eres grande, como para elegir cuál será tu camino, si seguir con los
tuyos o salir a explorar por tu cuenta; pero mi alma ya había elegido desde muy
pequeño y si bien es cierto la vida diaria parecía lo suficiente normal para trabajar,
comer y quedarse, no era lo suficientemente fuerte querer elegir una mujer de
la tribu y repetir con ella luego de llegada la noche, lo que a través de las
fogatas, repetían mis padres y entre otras parejas; los cantos, los bailes, los
cuentos del teatro, las risas, mezcladas con licor, trampas, mascaras, engaños,
abandonos, juegos y gritos de peleas, los cuales eran también parte de la
cotidianidad y costumbre. Yo no entendía mucho, y solo me sentía confundido y
molesto conmigo mismo, porque quien era yo para decir lo que estaba bien o mal,
pero algo dentro de mi sabía que no era algo normal, era como si esas mascaras
tomaran vida y me mostraran las dos caras de mis padres y de mi tribu, que ni
podía ni quería ver, en ese momento; así que era más fácil creer que Yo era el
extraño y que no pertenecía a ese lugar.
Pero, como les decía, mi historia
empezó cuando me fui, a la edad que eras grande, decidí partir con la bendición
de los míos, mis padres me dieron un fondo para empezar y así comencé a quedarme
quieto de pueblo en pueblo, trabajar,
trabajar, trabajar era mi único a lo que dedicaba tiempo y energía, descubrí
que si aquello de tener pareja implicaba tanto dolor, mejor era trabajar. Mi
habilidad con las letras, me dieron ventajas; así que empecé a pulirme, encontré
benefactores, amigos y en general empecé a vivir muy bien, libre y dueño de mis
talentos. Sin embargo, cada vivencia me llevaba a lo que había visto en casa, a
recordar nuestras costumbre y talentos, me llevaban a reconocer los míos; la
responsabilidad, administración, claridad y enfoque de mi padre o la pasión, coraje,
fuerza y entrega de mi madre; a pesar de la distancia, estaban más vivos y
latiendo que cuando los tenía al frente.
Más algo seguía haciendo falta, algo
que no se, parecía que mi corazón tenía partes perdidas y en la medida que no
encontraba respuestas ni en libros, viajes, amigos, benefactores, trabajos o en
el hacer; ese anhelo de encontrar mi “otra mitad”, se empezó a agudizar en mi
corazón. Después de años de andanzas, aventuras y filtreos, tome el valor para
meterme de lleno en eso llamado Amor, pero todo Amor va acompañado de dolor,
así que esa es la historia que hoy les cuento.
Quince veranos desde entonces y las
personas más significativas en mi corazón tienen tantas cosas en común entre sí
que lo primero que lo primero que las unía, era Yo y volví a recordar a mis
padre. Me gustaban las mujeres más atrevidas, apasionadas, independientes,
inteligentes, conversadoras, risueñas, aventureras, ellas que siempre empezaban
siendo tan perfectas, tan femeninas, y a las que me entregaba con vehemencia,
devoción y pasión, sin freno alguno; ellas, las que de perfectas doncellas
encantadas, pasaban a algún cuento de terror en un abrir y cerrar de ojos, haciéndome
sentir confundido y sin salida; ellas que me mostraban como en los entretelones
de una obra, destellos de comportamientos que no quería ver ni reconocer,
abandono, adicción a juegos, bebidas, mentiras, engaños y un sabor de que yo no
les importaba, que no me veían; así que como un disparo a media noche iban
matando partes de mi, donde terminaban de golpe quitándose una máscara y mostrándose
tal como eran.
Me enamore de cada una en su
tiempo, y entre ellas los despechos los pasaba evitando el dolor, queriendo
olvidar y gastando mi tiempo en otras camas donde los labios y el corazón eran
los únicos que no se tocaban para evitar sentir otra vez el dolor del Amor.
Después de tanto andar, como claves
que se me mostraban, me acorde de mi hermanita y una frase que escribió siendo aún
chiquita, “El Amor Real no duele, ni hace daño”, el Amor Real…bueno y que acaso
lo que he vivido es irreal? Me moleste con el recuerdo y sentía que quien era
esa pichurra para decirme a mí lo que era el Amor. Mientras mi rabia avanzaba empecé
a caminar los bosques y caminos para gritar y botar eso que me estaba matando,
y mientras iba y venía, viendo a los animales, recordé que en mi tribu decían los
ancianos, que la rabia era solo una máscara que ocultaba el dolor. Las mascaras…
y empecé a soñar con mascaras, ver mascaras, recordar mascaras; recordé que mi
madre solo una vez y casi como comentario cómplice, admitió que la primera vez
que sintió pasión por las mascaras fue cuando mi abuelo llegó disparando toda
la noche después de una fiesta de la tribu, gritos y disparos para una niña de
cinco años fue demasiado y allí encontró las mascaras; ahora recuerdo las horas
en que no estaba y me dejaba solo, sumida en sus mascaras, sumida en su mundo, un
mundo más bonito, evitando el dolor.
Continuara……..